DR. PABLO ALBAN
MATAR LA LIBERTAD EN NOMBRE DE LA LIBERTAD
TIMOTHY GARTON ASH
(Timothy Garton Ash es profesor de Historia Contemporánea en
la Universidad de Oxford. Ha sido galardonado con el Prix Européen de I’Essai.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Diario “El País”, SL/Timothy Garton
Ash.Prisacom. Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú. (25/XI/2007)
Smiley meció lo que quedaba de brandy en su copa y murmuro: “Hemos
renunciado a demasiadas libertades para ser libres. Ahora tenemos que
recuperarlas. Esta advertencia del legendario jefe de espías sobre el exceso de
interferencia y de poder de las redes estatales de seguridad nacional que
construimos en el autodenominado ‘mundo libre’ durante la guerra fría aparece
en la novela de John Carré “El peregrino secreto”, publicada en 1991. Sin embargo,
en vez de recuperar esas libertades, hemos perdido todavía más. En todo el
mundo occidental, hoy son mucho más los datos personales nuestros que están en
manos del Estado y de compañías privadas, las libertades tradicionales sufren
restricciones, hay personas detenidas sin que medie ningún juicio, la libertad
de expresión se ve aplastada.
Por desgracia, uno de los peores infractores, de los menos
preocupados por las libertades de sus ciudadanos, de los más derrochadores a la
hora de vigilar, es el Estado británico, Gran Bretaña, qu en otros tiempos se
llamaba así mismo, con orgullo, “la madre de las libertades”, tiene hoy la
sociedad más vigilada de Europa. El país que inventó el habeas corpus dispone
hoy de unos de los periodos más largos de detención sin cargos del mundo
civilizado. Y los guardianes de nuestra seguridad quieren prolongar ese periodo
todavía más. Al mismo tiempo, esos guardianes no son capaces que tienen a
inmigrantes ilegales trabajando en sus propias oficinas (en un caso, al
parecer, incluso arreglando el coche del primer ministro, con todas sus medidas
de seguridad), ni de detener en Londres a un presunto terrorista (que resultó
ser un brasileño completamente inocente) sin meterle un tiro en la cabeza. La compulsión
sin parar va unida a paroxismo de ineficacia asombrosa ¿Alguien se le ocurre
una fórmula mejor para sacrificar la libertad sin ganar seguridad? Smiley debe
estar removiéndose en su tumba. O si, como se rumorea a veces, sigue viviendo
tranquilamente en Cornualles con otro nombre, entonces necesitamos volver oír
su voz: “Estamos renunciando a demasiadas libertades para ser libres”. Tenemos que
recuperarlas”.
El trocamiento de nuestras libertades civiles, incluido
nuestro derecho a la intimidad, tiene dos causas, por lo menos. Una es el espectacular
crecimiento de las tecnologías de la información, la comunicación, la
observación y el registro de datos desde la época de Smiley hasta hoy. La otra
es la amenaza de terrorismo internacional, sobre todo el terrorismo yihadista,
que se hizo drásticamente visible en los atentados de Nueva York, Madrid y
Londres. Incluso aunque no s hubieran producido los horrores del 11 de
setiembre y el 7 de junio, la
información personal almacenada en servidores informáticos, historiales de
teléfonos móviles, bases de datos de tarjetas de crédito, vídeos de circuitos
cerrados y otros dispositivos semejantes habría aumentado enormemente. Incluso sin
esa explosión de la posibilidades tecnológicas al alcance del Gran Hermano,
tanto público como privado, los atentados terroristas habría provocado el
refuerzo de la seguridad.
Pero lo que resulta más alarmante es la combinación de los
dos factores. Y el Reino Unidos tiene el triste honor de estar en cabeza del
mundo democrático en ambos frentes. El comisario de información de Gran
Bretaña, Richard Thomas, dice que los británicos ya han entrado, sin darse
cuenta, en la sociedad de la vigilancia. El grupo de derechos humanos Privacy
International, que observa las sociedades de la vigilancia en todo el mundo,
dice que Gran Bretaña es la democracia que peor se comporta en este sentido. En
el mapa que figura en su página web (
www.privacyinternational.org), Gran
Bretaña es el único país del mundo occidental que está coloreado de negro, como
una “sociedad de la vigilancia endémica”, junto a la China comunista y la Rusia
de Putín. Gran Bretaña cuenta con más de cuatro millones de cámaras de circuito
cerrado (CCTV). Para finales del próximo año, está previsto que la base
nacional de dato de ADN – la mayor del mundo- incluya la información de 4,25
millones de personas, es decir, uno de cada 14 habitantes. Según el último
informe publicado, en el periodo de 15 meses entre enero de 2005 y marzo del
2005 hubo más de 400,000 solicitudes oficiales para que se intervinieran teléfonos
y mensajes de correo electrónico. Están autorizando a hacer esas solicitudes
nada menos que 795 responsables de la policía y los gobiernos locales. ¿Hace
falta que siga?
Mientras tanto se aprueban, leyes tras leyes merman nuestros
derechos internacionales, en nombre de la necesidad de combatir el terrorismo. Durante
siglos, desde que se creó en Inglaterra a principio del siglo XIV, el derecho
de hábeas corpus significaba que a un detenido había que acusarlo de algo o
dejarle en libertad transcurridas 24 horas; en el 2004, se elevó es plazo a 48
horas; el año pasado, a 28 días; y la policía británica quiere volver a
aumentarlo. En las demás democracias importantes, como ha demostrado hace poco
el grupo defensa de los derechos civiles Liberty, ese plazo no es ni parecido,
en general, a pesar de que se enfrentan a las mismas amenazas. En Canadá, el límite de la detención sin cargos sigue
siendo un día y en Estados Unidos es dos días; incluso en Turquía es de solo 7
días y medio.
Evidentemente, no debemos ser ingenuos. Los terroristas, tanto
locales como internacionales, representan una verdadera amenaza, que es
especialmente difícil de detectar. Si es verdad lo que dice el responsable del
organismo británico de seguridad interior, M15, que puede haber unos 2,000
individuos así en el Reino Unido, debemos vigilarlos y debemos detenerlos antes
de que actúen. El equilibrio entre libertad y seguridad es delicado. Ahora bien,
en los últimos 10 años, Gran Bretaña se ha inclinado demasiado hacia el lado de
la seguridad. Es más, esto no deja claro el alcance del error cometido:
seguramente, al reaccionar de forma desmesurada y ganarnos la antipatía de
gente que, en caso contrario, podría no habernos negado su apoyo, y al
construir la sociedad de la vigilancia -pública y privada- más tupida del mundo
libre, hemos puesto en peligro nuestra propia seguridad.
Es importante preguntar por qué esta patria histórica de la
libertad se ha inclinado de tal manera hacia la restricción de las libertades. ¿Son
meros “reflejos autoritarios” del nuevo laborismo, como se dice con frecuencia?
¿O es precisamente porque nos consideramos una tierra de libertades antiguas y
evidentes por lo que dejamos tan alegremente que nos corten alguna libertad
tradicional que otra (aparentemente menores, todas ellas)? El mito -mito que los británicos sostenemos sobre
nosotros mismos- está tan asentado que no vemos cómo ha cambiado la realidad
por debajo. Me parece curioso que Gran Bretaña, tal vez la sociedad más libre
de Europa en el siglo pasado, tenga hoy la sociedad más vigilada de Europa,
mientras que Alemania, un país con una doble experiencia de falta de libertad en
el siglo XX como ningún otro (nazi y Stasi), sea hoy, según Privacy
International, el menos vigilado.
Sin embargo, más importante que preguntarnos cómo nos hemos
metido en ese lío es averiguar cómo salir
de él. Lo que necesitamos en Gran Bretaña – y tal vez no solo en Gran
Bretaña – es un cambio de paradigma: de la libertad mediante la seguridad a la
seguridad mediante la libertad. Ahora tenemos un primer ministro que presenta
la libertad como un valor británico fundamental, tal vez incluso el más
importante. Nos invita estudiar cómo “podemos escribir, juntos, un nuevo
capítulo en la historia de la libertad de nuestro país”. Acepto la invitación. Empecemos
por no ampliar el periodo de detención sin cargo ni un solo día más. Después,
conviene que recortemos, no nuestros derechos, sino nuestro hinchado aparato
público y privado de vigilancia. Un candidato a dirigir a los demócratas
liberales, Nick Clegg, ha asegurado que prefiere ir a la cárcel ante que
ofrecer los datos personales necesarios para el carnet de identidad proyectado,
y el otro, Chris Huhne, ha propuesto una
‘ley anti-Gran Hermano’. Unos comités de las dos cámaras del Parlamento va a
presentar en los próximos meses un informe sobre la sociedad de la vigilancia. Los
británicos debemos volver a ser lo que creemos que somos: uno de los países más
libres de la tierra. Que empiece el contraataque.