EL PEZ EN EL AGUA
(Pág. 410).- Mario Vargas Llosa.
EL INTELECTUAL
BARATO
(Pág. 410)
Desde el 9 de enero, en que los diarios de Lima
aparecieron a página entera con la cara de Alberto Borea Odría, candidato
pepecista a una senaduría, hasta fines
de marzo – es decir a pocos días antes de la elección-, la campaña de nuestros
candidatos por el voto preferencial fue creciendo de manera avasalladora y
anárquica, hasta alcanzar los extremos que causaban risa y repugnancia. “Si lo
que hacen me asquea a mí de ese modo”,
le dije muchas veces a Patricia, “¿Cuál puede ser la reacción del hombre común
a semejante espectáculo”.
(Pág. 307- 308)
Antes, me devanaba los sesos tratando de adivinar
por qué entre nuestros intelectuales, y sobre todo los progresistas –la inmensa
mayoría- abundan el bribonzuelo, el sinvergüenza, el impostor, el pícaro. Por
qué podían con tanta desfachatez, vivir en la esquizofrenia ética, desmintiendo
a menudo con sus acciones privadas lo que promovían con tanta convicción en sus
escritos y actuaciones públicas…
Otro caso, del mismo barroquismo moral.. El doctor
Antonio Cornejo Polar, crítico literario y “católico socialista”, como gustaba
definirse –una manera de ganar el cielo sin privarse de ciertas ventajas del
infierno., había hecho una carrera universitaria en la ciudadela del
radicalismo y del senderismo, San Marcos, a cuya rectoría llegó por el único
mérito que, en su época y, por desgracia todavía, permiten ascender allí: los
políticos. Su “correcta” línea progresista le ganó los votos necesarios, incluidos
los de los recalcitrantes maoístas…
(Pág. 309)
El 18 de marzo de 1987 en una charla en Estados
Unidos, yo hablé de la crisis de las universidades nacionales en América Latina
y de cómo la politización y el extremismo habían desplomado sus niveles académicos
y en algunos casos –como el de mi alma mater- los había convertido en algo que difícilmente
merecía ya el nombre de universidad. Dentro del previsible fuego graneado de
protestas que aquello provocó en el Perú, y una de las más inflamadas fue la
del “católico socialista”, quien para entonces se había apartado del rectorado
alegando que los problemas del claustro lo habían puesto en la originalísima
condición de un “preinfarto”. Indignado mi crítico se preguntaba cómo se podía
atacar a la Universidad popular y revolucionaria peruana, desde el Metropolitan
Club de Nueva York. Hasta allí todo
parecía coherente. Cuál no sería mi sorpresa cuando muy poco después, me pedían
del consejo académico de una universidad
del monstruo imperialista un informe sobre la competencia intelectual del
personaje, candidato a ocupar un cargo lectivo en su departamento de
Español (que, por supuesto, obtuvo). Por
allí anda hasta ahora, supongo, ejemplo viviente de cómo se progresa en la vida
académica manteniendo las correctas opciones políticas en los momentos
correctos.
(Pág. 310-311-312)
En el dominio político, las consecuencias han sido
peores. Porque quienes habían hecho de la duplicidad y el embauque ideológico
un modus vivendi tenían el control casi absoluto de la vida cultural del Perú.
Los intelectuales tuvieron tantas
responsabilidades como los militares en lo ocurrido en el Perú en aquellos años,
sobre todo en los primeros siete – 1968 a 1975, los del general Velasco-…
Algunos los menos, actuaron por ingenuidad, creyendo de veras que las ansiadas
reformas para acabar con la pobreza, la injusticia y el atraso podían venir a
través de una dictadura militar… algunos ingenuos como Alfredo Barnechea o
César Hildebrandt… Pero la mayoría de
ellos no estaba con la dictadura por ingenuidad ni por convicción, sino, como
su conducta posterior demostró, por oportunismo…
(Pág. 317)
Por eso, fue una sorpresa encontrar entre mis
colegas algunos escritores, profesores, periodistas o artistas sabiendo que se
exponían a la satanización en el medio en que trabajaban, hicieron causa común con
el Movimiento Libertad y me ayudaron a lo largo de toda la campaña… O a
quienes, sin estar inscritos en Libertad, me prestaron un apoyo invalorable con
sus escritos y sus pronunciamientos, como los periodistas Luis Rey de Castro,
Francisco Igartúa, César Hildebrandt, Jaime Bayly…
(Pág. 321)
No niego que el factor racial –los oscuros
resentimientos y complejos profundos asociados a este tema existen en el Perú,
desde luego, y de él son víctimas y responsables todos los grupos étnicos del
mosaico nacional –intervinieran en la campaña. Efectivamente ocurrió, pese a
mis esfuerzos para evitarlo o, cuando ya estuvo allí, desterrarlo. Pero no fue
el color de la piel –mío o de Fujimori- el factor decisivo en la elección, sino
una suma de razones dentro de las cuales el prejuicio racial era sólo un
componente.
ANÁLISIS
Estimado y
laureado Mario Vargas Llosa, realiza un autoanálisis si envanecido en el
pedestal por méritos propios que nadie discute, obnubilado por el odio (que te
ciega, a reconocer), hacia Alberto Fujimori, como persona, en buena lid te ganó.
Sí hubo factores políticos subalternos no fue culpa de él, sino del sistema,
ocurre hasta en EE. UU. Sabes tú muy bien, que el golpe de Estado se estaba
gestando antes de la segunda vuelta… no eres ingenuo… la caída de Fujimori era una muerte anunciada… los réditos y las
glorias se repartían entre militares y civiles, regresaban los políticos de la
década perdida de los ochenta. No quiere reconocer que el autogolpe catapultó
al Perú, porque como la misma CVR lo ha reconocido, el PAP: “Al final de su
Gobierno, el Partido aprista, como lo han reconocido sus dirigentes, se batía
con varios frentes críticos a la vez, el principal de los cuales era la crisis
económica.
En ese
contexto, según ellos mismos señalan, les fue más difícil aún pretender imponer
la autoridad democrática”. Lamentablemente,
tus declaraciones inmisericordes son vinculantes. Estoy seguro que no quieres
ser recordado como “VERDUGO”.
Dr. Pablo Albán